martes, 21 de agosto de 2012

María y José.


Entre tus manos habitaba arrugado aquel papel que se encargó de aniquilarte,  que con sus letras negras te hizo pedazos el corazón.
Estabas ahí sentado, supongo que estarías congelándote, suspirabas esperanzas, fumabas anhelos, tus manos se empapaban de ansias.
Esa banca de fierro debió de estar torturando tus caderas, que son diminutas, que casi no tienen carne, que cuando están de pie se escurren como un gargajo, se deslizan para caber perfectas en mis manos.
La noche era negra, muy negra, como si Dios hubiese planeado que el manto más obscuro de la historia sería ese día. Y ahí estabas tú, sentado en esa banca, en medio de ese inmenso parque.
Sostenías con fuerza la hoja, tanta que cuando me fue posible llegar la tenías hecha pedazos, me la entregaste rota, papeles pequeños tatuados con diabólicas letras negras, las letras que habían aniquilado tus sueños.
Creo que te costaba respirar, cuando llegué tu rostro estaba pintado de morado, como si hubieras dejado de inhalar, como si te hubieras tragado el aire para que nunca abandonara tus pulmones.
Escuchabas con claridad el susurro del viento, la melodía de la noche, imagino que cada golpe de aire en tu rostro escarchaba tus mejillas.
Esas olas de humo que escupía tu tabaco te perfumaron el cuerpo, cuando llegué a saludarte olías a loción barata y a humo.
Y me miraste, dejaste escapar una lágrima, me entregaste en la mano los trocitos de hoja, apartaste la vista y yo tuve ganas de desaparecer.
Aún con eso que estaba encarcelado en tu pecho me hiciste un lugar en la banca, ni siquiera dejaste que besara tu mejilla para saludarte.
Y yo sabía que habías descubierto mi pasado, que en realidad no era el secreto el que te dolía sino la mentira, que tenías ganas de soplarme para que saliera volando de ahí como una hoja seca en otoño, que deseabas con toda tu alma que yo dijera que todo era una pesadilla.
Intenté atrapar tu mano, la alejaste con astucia, no pude decir palabra, y no era necesario que lo hiciera.
Se me reventaron los ojos en lágrimas, comencé a balbucear estúpidas palabras que nunca llegaron a tus oídos, te diste cuenta de que me temblaban las piernas.
En ese momento decidiste que podías perdonarme, o quizá ya lo sabías pero querías torturarme un minuto con espinoso silencio.
Volteaste a verme, tomaste con fuerza mi rostro, besaste mis lágrimas, acariciaste mis mejillas, te comían las ganas de darme un beso, humedeciste tus labios y los uniste a los míos.
Te expliqué por qué había tomado esa decisión,  te dije que no había sido fácil, que quien más había sufrido era yo.
“La infancia es cosa seria cuando se es como yo… “, te dije, “cantidad de veces llegué a casa con la playera tironeada,  golpeado mi estómago, o morado algún ojo.
Vi muchas veces a mi madre llorar, no sé si por vergüenza o por el dolor de creer que trajo al mundo una aberración. Mentí al decir que mi padre estaba muerto, simplemente cuando decidí lo que hice, él no pudo soportarlo y nos dejó…”, concluí.
Sonreíste, seguiste besándome, acordamos que no le diríamos a nadie, que sería nuestro secreto, que si tu gente se enteraba seguramente me matarían.
Y es que no tuve el cuidado suficiente como para esconder bien el papel que llevabas en tus manos, lo encontraste en el cajón de mi ropa interior, te volviste loco, me llamaste, pediste que saliera de mi trabajo para vernos en la banca en donde nos conocimos y en la que ahora nos encontramos.
Cuando te vi ahí sentado, con el rostro pálido, varios kilos más delgado, destrozado en llanto, y temblando de miedo, supe que lo sabías todo.
No hizo falta que me entregaras en las manos mi acta de nacimiento, en donde en lugar de decir que mi nombre era María José decía que yo había nacido siendo José María. Que en lugar de haber sido siempre “ella”  yo un día fui “él”.
Y de todas maneras me besaste, salimos del parque tomados de la mano, como si nada hubiera ocurrido. La Luna nos miraba y sonreía, me llevé conmigo el verdadero amor, él único que lo soporta todo.



Si haces caso de lo que "todo el mundo" dice entonces el mundo dejará de ser tuyo.


El ocio nos convierte,ya sea,en artistas o,en el peor de los casos,en asesinos.


La dama de cristal.

Era una mujer de cristal,su cabello,su sonrisa,su figura,tan quebrantable como el vidrio,sus emociones lo eran también.Vivía en un mundo del mismo material que su persona,de la misma fragilidad que su temple,las personas eran impermanentes,se rompían y las relaciones quebraban en pedazos.Ella quería sentir emociones verdaderas,de la firmeza de la madera,eternas,pero cada vez que se atrevía a entregar su corazón  de cristal,a quien se lo entregaba,lo aventaba con fuerza provocando,en la caída,que se hiciera añicos diminutos difíciles de pegar.
La mujer de cristal estaba una noche mirando la enorme luna llena,redonda,también de cristal y un escalofrío la hizo temblar,pestañeó con firmeza y terminó por cerrar los ojos para pedir un deseo,que todas las cosas,que todos los momentos,se quedaran por siempre en algún lugar.Fue entonces cuando como por arte de magia apareció ante sus ojos un cuaderno de hojas grises que rogaba por ser utilizado y un lápiz con punta de carbón,a la mujer de cristal le vinieron una ola de pensamientos que comenzó a plasmar aceleradamente en las hojas,las añejas hojas de su nuevo compañero.Escribió acerca del amor,la humanidad,sexo entre otras millones de cosas que se quedaron ahí para siempre.Descubrió entonces que de ese momento en adelante le resultaría más fácil escribir que hablar así que enmudeció ante la gente,ante alguna gente,y guardó todas las palabras en su pecho,en ocasiones le lastimaban la garganta,le impedían abrazar con su boca,besar.La mujer de cristal creció siendo otra persona en sus hojas,la persona verdadera,la real,danzando entre páginas que un día decidió compartir.

Lorena Del Castillo.

Esos seres humanos que dicen amar pero que se entregan con la turbiedad contraria a la transparencia del cristal.


Todas las mujeres son unas putas de cristal.

@LaDamaDeCrista1

Nuestra política se rompe en pedazos como un vaso de vidrio,aventado con intención,al estrellarse contra el suelo.